miércoles, 7 de febrero de 2007

Capítulo 9: Muertos vivientes

- Lo tienes?
- Sí, ya lo tengo.
- Ok, a la de tres levántalo.
- Listo.
- 1, 2, y... uff!
Troncheff y su compañero alzaron la camilla y la introdujeron en el interior del furgón.
- Bueno, éste era el último. Cierra las puertas y vámonos.
Con un fuerte portazo Troncheff cerró las puertas traseras del vehículo. Encaminándose hacia la cabina comenzó a extrañarse sobre la cantidad de cadáveres que había metido en el furgón. "Juraría que nos dijeron que eran cinco... y creo haber contado seis..."
- Troncheff, deja de pensar en tus vacaciones y enciende la furgoneta.
- Sí, sí. Estoy en ello.
Introduciendo la llave en la toma de contacto Troncheff arrancó el motor.
- A dónde tenemos que llevarlos?
- Ésta es la dirección, yo te iré guiando. - Señalando una lista en la hoja que sostenía el copiloto le hizo un gesto a Troncheff, indicándole que acelerase.
- Ok.
En pocos segundos se hallaban ya en la Castellana. Troncheff pisaba cada vez más a fondo y la aguja del indicador de velocidad se desplazaba hacia la derecha progresivamente, sin detenerse ni un solo instante.
- Oye, Troncheff... creo que ya es suficiente... no hace falta que aceleres más... - El copiloto se agarró al asiento con fuerza y echó su cuerpo hacia atrás. Su cara iba perdiendo color conforme el vehículo aumentaba su velocidad. - En serio, es suficiente... no llevamos tanta prisa.
- Llegamos tarde.
- Pero no tanto. Reduce la velocidad.
Troncheff ignoró la orden y continuó incrementando el ritmo.
Un fuerte golpe proveniente de la parte de atrás del furgón hizo que el copiloto se sobresaltara y comenzase a sudar.
- Qué ha sido eso? Troncheff! Para el furgón!
- Habrá sido un bache.
- Un bache metálico que golpea el furgón a media altura?
- Claro.
- Imbécil! Para el coche!
Troncheff comenzó a reducir la velocidad hasta detenerse al borde de la calzada.
- Contento?
- Voy a mirar qué ha ocurrido. Quédate aquí.
Al salir, el doctor Morrales se encontró con una situación que le resultaba familiar: las puertas traseras del furgón estaban abiertas de par en par. Por suerte los cadáveres parecían estar en su sitio.
- Troncheff, eres un capullo, mira que te he dicho que no aceleraras tanto. Se han vuelto a abrir las puertas.
- Están todos los muertos en su sitio?
- Sí, están los cinco.
- Cinco? Eran seis!
- No, tengo la lista aquí. Son cinco.
- Pero joder, si hemos subido seis!
- No creo, aquí sólo hay cinco apuntados.
- Dios... yo ya no sé qué me pasa... - A Troncheff le desesparaba tener una mente tan volátil. Nunca sabía exactamente dónde estaba o qué estaba haciendo. Sus problemas de concentración, según su médico, se debían a una excesiva ingestión de alcohol en años pasados, por lo que gran parte de sus neuronas estaban dañadas.
- Oye... esta puerta la han forzado desde dentro. - La voz de Morrales comenzaba a flaquear.
- Sí, claro, esque los cadáveres querían que corriera un poco el aire, que ahí dentro hace mucho calor y tal... NO SEAS MENDRUGO!, quién cojones iba a haber forzado eso desde dentro?
- No lo sé, pero mira... - Morrales señaló la zona en la que parecía haberse empleado alguna herramienta para forzar el picaporte.
- Hm... No habrá sido un golpe aleatorio de algo que tengamos aquí dentro?
- No creo. Además, lo que lo haya golpeado debería seguir aquí dentro, y no hay nada...
- Te dije que eran seis.
- Seis muertos? - La cara de Morrales estaba ya completamente blanca.
- No, imbécil! Seis cuerpos... es evidente que uno no estaba muerto. Habrá que avisar al hospital, que se encarguen de que la policía busque al que falte.
- Ni siquiera sabemos quién es o qué aspecto tiene!
- Bueno, pero ellos sabrán a quiénes han enviado a la morgue, no?
- Supongo.
- Bien, pues ya está. Cierra y vámonos. - Troncheff dio media vuelta y volvió a meterse en la cabina.
Morrales cerró las puertas y se dirigió a paso lento hacia la parte delantera. Aún no sabía qué había podido ocurrir ahí detrás, ni quién era el extraño individuo que se había escapado. "Tendría que haber aceptado aquel puesto como encargado del McDonald's... este trabajo me va a acabar matando..."

[] [] [] []

Simao despertó de su dulce sueño. No sabía cuánto tiempo había estado dormido, pero era evidente que ahora se encontraba en movimiento. "Tengo que salir de aquí, debo estar lo suficientemente lejos del hospital".
Con la cuchilla que siempre llevaba atada al tobillo rajó la funda negra en la que se encontraba y salió al exterior. Examinó su entorno con atención y comenzó a buscar objetos con los que forzar la puerta del furgón en el cual le habían metido.
Tras unos minutos de búsqueda encontró, en un pequeño armario junto a un extintor, un hacha de mano. "Gracias, Lucifer, te debo una" Con un impacto preciso logró abrir la puerta.
El vehículo se movía a gran velocidad, y Simao tuvo que pensar en una forma de saltar desde ahí sin hacerse demasiado daño. Viendo sus posibilidades se decantó finalmente por la opción de saltar sobre el césped que había al borde de la carretera. Si conseguía llegar de un salto la caida sería poco dolorosa. "Sólo tengo que efectuar un preciso salto..."
Tras unos segundos observando la distancia a la que se encontraba del césped calculó el impulso que necesitaba para llegar hasta él.
"Venga, tú puedes..." Tomó aire y acto seguido, cogiendo algo de impulso, efectuó su magistral salto. Por caprichos del destino, Simao tuvo que resbalarse en el momento en el que tomaba impulso, por lo que la longitud de su salto no fue la esperada. Por si fuera poco, no había tenido en cuenta la distancia entre las farolas que alumbraban la calle. Como era de esperar, Simao chocó contra una de las farolas y comenzó a rodar por la calzada a gran velocidad, hasta pegar finalmente con el bordillo que separaba la calzada del césped.
A pesar del dolor que sentía en estos momentos, Simao se levantó a toda velocidad y saltó a un arbusto cercano para evitar ser descubierto. "Joder, vaya fallo... ahora tengo el cuerpo lleno de arañazos y moratones..."
Esperó pacientemente. El vehículo que le había transportado hasta aquí se había detenido unos 50 metros más allá y uno de los ocupantes había bajado a ver qué había ocurrido.
Debía esperar hasta que les perdiera de vista. No podía permitirse el lujo de ser visto por uno de ellos, asíque siguió acurrucado entre las ramas del arbusto hasta que el vehículo desapareció de su vista.
"Bueno... ahora tendré que tratarme las heridas de alguna forma..."
Simao llevaba un extraño camisón con lunares negros. Le resultaba bastante hortera, pero era el atuendo de un paciente en el hospital. Nada podía hacer ahora por recuperar su ropa, asíque tendría que conformarse con aquello hasta que encontrara algo mejor.
Las heridas de su cuerpo sangraban, aunque no eran profundas. La mayoría eran simples arañazos de mayor o menor tamaño. También tenía alguna que otra contusión, pero no tenían mayor importancia.
Simao se desprendió de su camisón y comenzó a cortarlo en trozos que usaría como vendas. Después de un rato se encontraba con las heridas más voluminosas cubiertas con los trapos y habiéndose limpiado parte de la sangre. "Suerte que me dejaran los calzones."
Simao comenzó a correr hacia un callejón cercano para ocultarse, y una vez allí se escondió entre cartones y otros desechos que encontró a su paso.
"He de descansar algo... mañana será otro día. Tendré tiempo para buscar lo que necesito."

1 comentario:

Arturo Orgaz Casado dijo...

O sea que Miguelito tiene el cerebro como una esponja por culpa de sus hábitos de fin de semana... Ya decía yo...
Y pobre Simao, de boca contra la farola, jeje.